LA CACA: PROBLEMA NACIONAL
He caminado desde lejos
Para llegar a tu balcón
Traigo en mis manos la guitarra
Y en mis pies, un mojón.
(Canción del mariachi santiaguino)
Las elecciones presidenciales ya son historia. Ya tenemos nuevas y grandilocuentes promesas recién salidas del horno, que nunca se cumplirán. Las venideras son municipales, en 2008. Para entonces, las promesas no serán tan portentosas. Nada de desigualdad, de sistema previsional, de subcontratos o de pensión para todo el mundo.
Lo que se prometa en tres años más será más aterrizado: tapar los eventos de las calles, intentar que el colector que nunca ha funcionado efectivamente funcione o poner un par de guardias más para que los delincuentes se atemoricen ante tamaña amenaza.
Pero hay un tema que nunca se aborda en esas horas previas. Un tema urgente, la gran tragedia de los peatones. La caca, la plasta canina que invade las veredas de todas las zonas residenciales de Santiago, desde la más pirula hasta la más humilde. Esa masa asquerosa que no respeta las ganas de andar con la cabeza apuntando hacia delante, de caminar pensando en la tragedia de la vida, en las gracias del destino, en las labores pendientes o, simplemente, en las particularidades del paisaje.
No. Porque un descuido basta para que una porción de excremento de perro se adhiera irremediablemente a la suela de nuestros zapatos, colándose en lo más profundo de sus ranuras y rugosidades, lo que transformará a cualquier medida de emergencia —limpiarse en la tierra, en el pasto o, en una venganza contra una ciudad que nos golpea tan bajo, en la muralla— en algo prácticamente inútil. Si la masa está relativamente fresca, peor aun.
Lo que sigue es tanto o más indigno: apretar los dientes y mantener la compostura para no engrosar nuestro infortunio con las miradas socarronas o lastimeras del entorno; poner cara de “así es la vida” a quienes perciben nuestra pestilencia en un pasillo, un ascensor o donde sea que nos crucemos con alguien (porque eso es seguro: nos cruzaremos con alguien); meter la suela bajo un chorro de agua corriente y tratar de limpiarla con algo que, de seguro, declararemos inutilizable; o limpiar cada ranura de la suela con un clavo o varilla, pensando en cuántas cosas mejores que ésa podríamos estar haciendo (es decir, prácticamente lo que sea).
¿Por qué mierda hay mierda en las calles? Nuestros amigos europeos nos llevan años luz de ventaja en estas materias. Acá, el dueño deja que su regalón escoja el lugar que mejor le plazca para evacuar sus excretas. Si es al medio de una vereda, mala cueva.
Allá, en cambio, los mojones no pueden ser abandonados así como así en la vía pública. El dueño debe escoger: o una poco vistosa bolsita porta caca (no recomendable para quienes utilizan su mascota como herramienta de flirteo) o excreciones indoor. Así de simple. Y no queda otra, porque las sanciones son claras: si el perro defeca en el espacio público, al dueño lo multan como si hubiera sido él mismo quien lo hizo. Y claro, no es el animal el encargado de tener noción sobre convenciones sociales.
Los municipios se preocupan de la basura en las calles durante el día, del ruido en el aire durante las noches, pero de la caca que se eterniza en las veredas, nada. Que los postulantes de 2008 recojan esta iniciativa y pongan fin a este flagelo. ¡Educación defecacional, ya!
(Ahora, algunas muestras para tener especialmente en cuenta)
El mojón alevoso: una plasta de grandes proporciones que deja al calzado con caca por donde se le mire. En la foto, se puede apreciar la huella del infortunado de turno.
El chongo: mojón cuyo reducido tamaño dificulta (a diferencia del alevoso) la detección de reojo y favorece al pisotón. Los más cortos de vista hasta podrían confundirlo con una hoja, un terrón o lo que sea. Peligroso.
El mojón del pasto: Usualmente pisado cuando se corta camino y se cruza por la mitad de la calle. Es uno de los más desgraciados, ya que puede camuflarse e, incluso, ocultarse, cuando el pasto está muy largo.
El mojón fósil: una bendición de caca. El paso del tiempo y de los pies de decenas de víctimas lo han transformado en algo totalmente inofensivo. Píselo con tranquilidad.
Para llegar a tu balcón
Traigo en mis manos la guitarra
Y en mis pies, un mojón.
(Canción del mariachi santiaguino)
Las elecciones presidenciales ya son historia. Ya tenemos nuevas y grandilocuentes promesas recién salidas del horno, que nunca se cumplirán. Las venideras son municipales, en 2008. Para entonces, las promesas no serán tan portentosas. Nada de desigualdad, de sistema previsional, de subcontratos o de pensión para todo el mundo.
Lo que se prometa en tres años más será más aterrizado: tapar los eventos de las calles, intentar que el colector que nunca ha funcionado efectivamente funcione o poner un par de guardias más para que los delincuentes se atemoricen ante tamaña amenaza.
Pero hay un tema que nunca se aborda en esas horas previas. Un tema urgente, la gran tragedia de los peatones. La caca, la plasta canina que invade las veredas de todas las zonas residenciales de Santiago, desde la más pirula hasta la más humilde. Esa masa asquerosa que no respeta las ganas de andar con la cabeza apuntando hacia delante, de caminar pensando en la tragedia de la vida, en las gracias del destino, en las labores pendientes o, simplemente, en las particularidades del paisaje.
No. Porque un descuido basta para que una porción de excremento de perro se adhiera irremediablemente a la suela de nuestros zapatos, colándose en lo más profundo de sus ranuras y rugosidades, lo que transformará a cualquier medida de emergencia —limpiarse en la tierra, en el pasto o, en una venganza contra una ciudad que nos golpea tan bajo, en la muralla— en algo prácticamente inútil. Si la masa está relativamente fresca, peor aun.
Lo que sigue es tanto o más indigno: apretar los dientes y mantener la compostura para no engrosar nuestro infortunio con las miradas socarronas o lastimeras del entorno; poner cara de “así es la vida” a quienes perciben nuestra pestilencia en un pasillo, un ascensor o donde sea que nos crucemos con alguien (porque eso es seguro: nos cruzaremos con alguien); meter la suela bajo un chorro de agua corriente y tratar de limpiarla con algo que, de seguro, declararemos inutilizable; o limpiar cada ranura de la suela con un clavo o varilla, pensando en cuántas cosas mejores que ésa podríamos estar haciendo (es decir, prácticamente lo que sea).
¿Por qué mierda hay mierda en las calles? Nuestros amigos europeos nos llevan años luz de ventaja en estas materias. Acá, el dueño deja que su regalón escoja el lugar que mejor le plazca para evacuar sus excretas. Si es al medio de una vereda, mala cueva.
Allá, en cambio, los mojones no pueden ser abandonados así como así en la vía pública. El dueño debe escoger: o una poco vistosa bolsita porta caca (no recomendable para quienes utilizan su mascota como herramienta de flirteo) o excreciones indoor. Así de simple. Y no queda otra, porque las sanciones son claras: si el perro defeca en el espacio público, al dueño lo multan como si hubiera sido él mismo quien lo hizo. Y claro, no es el animal el encargado de tener noción sobre convenciones sociales.
Los municipios se preocupan de la basura en las calles durante el día, del ruido en el aire durante las noches, pero de la caca que se eterniza en las veredas, nada. Que los postulantes de 2008 recojan esta iniciativa y pongan fin a este flagelo. ¡Educación defecacional, ya!
(Ahora, algunas muestras para tener especialmente en cuenta)
El mojón alevoso: una plasta de grandes proporciones que deja al calzado con caca por donde se le mire. En la foto, se puede apreciar la huella del infortunado de turno.
El chongo: mojón cuyo reducido tamaño dificulta (a diferencia del alevoso) la detección de reojo y favorece al pisotón. Los más cortos de vista hasta podrían confundirlo con una hoja, un terrón o lo que sea. Peligroso.
El mojón del pasto: Usualmente pisado cuando se corta camino y se cruza por la mitad de la calle. Es uno de los más desgraciados, ya que puede camuflarse e, incluso, ocultarse, cuando el pasto está muy largo.
El mojón fósil: una bendición de caca. El paso del tiempo y de los pies de decenas de víctimas lo han transformado en algo totalmente inofensivo. Píselo con tranquilidad.