domingo, diciembre 05, 2004

TAMBIÉN ESTUVIMOS CON EL INDIO NI JARPA / x Equipo Ubre

Antes de que Plan B y Contacto publicaran sus reportajes acerca de la “Comunidad Indígena Amazónica”, nosotros visitamos su “maloja”. Queríamos golpear, así es que fuimos como reporteros encubiertos. Nos pillaron. Nos echaron. Ahora nos despojamos de la vergüenza y revelamos en este artículo no sólo nuestra torpeza, sino también otro interesante relato acerca de esta comunidad de timadores y gángsteres.

El indio Saracay (también registrado por la cámara de Contacto) luce un buzo-pijama en piel sintética con estampados de leopardo y una corona de plumas estilo sioux-hollywoodense, todas prendas que en el Amazonas no utilizan ni para disfrazarse. Foto: www.canal13.cl

Del la existencia del indio Ni Jarpa nos avisó un amigo que se sorprendió hasta maravillarse con los inverosímiles relatos que escuchaba en radio Sintonía, todos los días a las 13:30 horas. Se trataba de un tipo que decía ser “indio” y que, a su manera, se hacía pasar por tal. A su manera, porque su “ser indio” consistía simplemente en feminizar o deformar ilógicamente todo lo que mencionaba, diciendo cosas como “la corazona”, “la teléfona”, “la jetografía” (fotografía), “la testimonia”, “la relación a la sexual” o “muy buena las tardes”, por nombrar sólo algunas de sus expresiones.

También decía que su fin era ayudar a la gente, a todos los desesperados que lo llamaban a “la cachubaca” (una especie de central telefónica de la Comunidad). Para ello, por supuesto, los diagnosticaba. “A usted le hicieron una trabaja”, era la conclusión más habitual a la que solía llegar después de escuchar a maridos con sospechas de infidelidad, sujetos con dolor de espalda, señoras que se llevan mal con sus nueras o cualquier padecimiento imaginable. Una “trabaja” es una especie de mal de ojo, una maldición que alguien le arrojó a la víctima.

Todos quienes no sufrieran de una angustia tal como para volverse vulnerables a este tipo de “terapeutas”, no podían llegar a otra conclusión después de escuchar el programa (que también se transmite en las tardes en las radios Nina y Colo Colo): “este tipo es un chanta”. Con esa sencilla tesis al frente decidimos conocer al indio Ni Jarpa, que apoyaba su trabajo en otros tres compañeros de comunidad: el indio Saracay, la indiecita Sol Mar y el indio Luna Blanca.

Lo primero fue llamarlos al programa (únicos 30 minutos de “atención telefónica” que ofrecen), con el sencillo cuento de una mujer que cree que el marido la puede estar engañando (de más está decir que el nombre, la fecha de nacimiento, el estado civil y la crisis emocional de la persona eran completamente falsos). Al otro lado de la línea atiende un telefonista que hace las preguntas de rigor: nombre, edad, estado civil, por qué llama, “ah, y usted cree que puede andar con otra persona”, “¿y llega tarde?”, “¿y le dice que se quedó trabajando, cierto?”, “ah, ya, y está como más distante”.

El sujeto toma nota, esperamos unos instantes y ya estamos al aire. Nos atiende el indio Luna Blanca. Allí, se repite la dinámica de todos los llamados: “regáleme su fecha de la nacimienta, hermana civilizada”, a partir de la cual comenzaba a “ver” todos los problemas de la interlocutora.

Bueno, se la regalamos. “Uy, madre santa. Usted es una mujer casada, ¿cierta?”. “Le voy a ser sincero y honesto, hermana mía, en esta matrimonia, en esta relaciona entre ustedes, últimamente esposito ha cambiado mucho”; “disculpare quien yo ser franco: hay una mujer de por medio, lo estoy viendo en fecha de la nacimienta”; “¿no ha notado, hermana civilizada, que él como que desaparece?”, “porque incluso, hermana mía, ya no es lo mismo de antes, él se ha distanciado, se ha alejado”.

Impresionante, a partir de la fecha de nacimiento el iluminado indio Luna Blanca… repitió todo lo que ya habíamos dicho al telefonista. Pero, momento, no seamos injustos, no es tan así. El indiecito siguió mirando la fecha y pudo agregar también nuevos antecedentes al caso: “a usted la veo un poco deprimida, hermana mía”; “muchas veces usted se siente sola, se siente triste”. Notable, simplemente pensando en el día en que a nuestro personaje se le ocurrió nacer, él pudo adivinar que estaba deprimida. Claro, normalmente una persona que está segura de que su pareja la engaña se deprime, pero ése es un detalle, no quitemos méritos a Luna Blanca.

“¿Y quién es esa mujer?”, pregunta nuestra desesperada hermana civilizada. “Cuando yo se la muestre en mi maloja usted se va a dar de cuenta. Usted me tiene que visitare, me tiene que traer una jetografía del hombre. Miraflores 459, entre Merced y Monjitas”. Y listo, así se atrapa a las víctimas, porque ir a ver a los indios de la Comunidad Indígena Amazónica implica un costo mínimo-mínimo de $5 mil, que es el valor de la consulta. Allí sugerirán un tratamiento que engrosará esa cifra en varios ceros, y se supone que podremos ver el rostro de la amante en el fondo de un vaso de agua.

Y claro, es fácil, no hay que aplicar la receta de ningún poderoso antepasado amazónico. Basta y sobra con el sentido común y con decirle a una persona con cierto nivel de desesperación lo que quiere escuchar. Es así: mujer cree que su marido la engaña = está deprimida; mujer cree que su marido la engaña = también sospecha con quién. Esta sospecha combinada con la angustia, harán que fácilmente vea el rostro sospechoso en el fondo de un vaso de agua, de vino, de té o de lo que sea, porque seguramente lo ve hasta en el techo de su propia habitación.

CON PIELES POR EL AMAZONAS

La prenda oficial en la selva amazónica es el taparrabos. Los indios de la Comunidad ni se preocuparon de enterarse cómo eran los indígenas del lugar del cual dicen provenir. Simplemente asimilaron la palabra “indio” con los de las películas de vaqueros que, obviamente, han visto. Foto: www.chibchombia.com

Esa misma tarde fuimos a la maloja. Bastó con que nos abrieran la puerta de Miraflores 459 para que una mirada inquisidora se posara sobre nosotros. Algo estábamos haciendo mal. Al llegar a la sala de espera supimos de qué se trataba: no era algo usual que llegaran personas que no fueran de sectores populares ni demasiado jóvenes, lo que ya nos hacía sospechosos de algo. Pero bueno, ya estábamos allí, debíamos seguir adelante.

Como primerizos en esto de las operaciones encubiertas simplemente seguimos el curso que se nos iba indicando: entramos, reportamos nuestra llegada, pagamos los $5 mil de la consulta, recibimos una boleta a nombre de Patricia González y nos sentamos a esperar nuestro turno para ver de frente a los indios. Mientras, observamos.

La decoración del lugar era una gran mezcla: todo lo que tuviera relación con los pueblos originarios de alguna parte tenía cabida allí, no importaba que fuera mapuche, aymará, inca o africano. Daba exactamente lo mismo, aunque había una especial inclinación por el estilo de los siouxs norteamericanos. De amazónico, nada.

Por los parlantes sonaba insistentemente una música tribal africana y en las vitrinas de productos se exhibía lo mismo que en cualquier feria artesanal: inciensos de origen indio (de la India, se entiende), sahumerios de Brasil, velas piramidales, jabones para “limpiarse el cuerpo y el alma”, etc. Algunos sahumerios incluso tenían la imagen de una pareja en una puesta de sol estampada en el envoltorio. De nuevo, nada muy amazónico.

Cuando aparecen los dueños de casa esta tendencia se mantiene: uno de los indios, al parecer Saracay, vestía una especie de buzo (más bien parecía pijama) de falsa piel de leopardo, con una corona de plumas al estilo “jefe indio” de las películas de vaqueros sobre la cabeza. La india Sol Mar tampoco le apuntaba mucho: también un buzo y un gran gorro de pieles en la cabeza, de estilo un poco más apache. Es decir, todas prendas que ni al más friolento de los sujetos se le ocurriría ponerse en una zona de selvas tropicales, como son los alrededores del río Amazonas. El indio Ni Jarpa no estaba.

A un costado de la sala de espera había otra con fotografías y placas con leyendas impresas. Una de ellas tiene la frase que también mencionan como cierre al final del programa: “Dios nos lleva de lo bueno a lo mejor, y de lo mejor a lo excelente”. Y como estos indios deben aconsejar lo que suene adecuado, Luna Blanca tampoco tuvo problemas en decirle, en alguna ocasión, a una devota hermana civilizada que “lo importante es creer en Dios”, o en utilizar expresiones como “virgen santísima”, pese a que él, como buen indígena del Amazonas, no debería profesar la misma fe que las culturas judeo-cristianas.

INDIOS MODELO CNI

La india Sol Mar, registrada por la cámara oculta de Contacto, es realmente chilena y se llama Patricia González. Foto: www.canal13.cl

Y llegó nuestro turno. Después de una larga espera nuestra paciente fue llamada. Claro que adentro no la esperaba, precisamente, una sesión de ayuda que le permitiera sobrellevar los problemas derivados de la infidelidad de su inexistente marido. El escenario, más bien, se parecía al de un interrogatorio, claro que en vez de tipos con uniforme había sujetos vestidos de indio. Malhumorados indios de dudosa repetición, algo tanto o más intimidante que un uniforme de policía.

Lo habitual es que cada uno se dedique a un paciente. Esta vez Saracay y Sol Mar, los dos, estaban sentados tras la mesa. Él invita a nuestra voluntaria a sentarse y, luego, seriamente, le pide que voltee su cartera sobre la mesa. Ella se niega, pero ante la insistencia de los personajes se atemoriza y accede. Comienza a sacar de a una las cosas que guarda en su bolso. Cuando da por terminada esta inesperada operación, Saracay le arrebata la cartera y saca lo último que allí quedaba: una grabadora, señal inequívoca de la ocupación de su propietaria. Luego sabríamos que este procedimiento lo repiten en reiteradas ocasiones.

Afuera, en la sala de espera, un acompañante esperaba a nuestra periodista recién descubierta. La secretaria de la maloja sale apresuradamente de la consulta y sube el volumen de la música tribal, hasta entonces meramente ambiental, hasta niveles inusuales y poco gratos, transformando el ritmo monótono de los machacantes tambores en la muralla de sonido ideal para impedir que afuera pudiera escucharse siquiera algo de lo que adentro estaba sucediendo.

“Eres periodista”, insiste el indio Saracay dentro de la consulta, pese a los vanos intentos de nuestra voluntaria por asegurar que no lo era, ya no tratando de salvar el reportaje, sino el pellejo. Los indios, con un énfasis que se acerca peligrosamente a la amenaza y a la violencia, dicen que tienen recursos de protección vigentes y que nuestra actitud los viola, que ya antes habían tenido problemas con periodistas que los quisieron grabar (semanas después sabríamos que se trataba del equipo de Contacto). Finalmente, requisan el casete de la grabadora y piden que nos retiremos.

PSEUDO-INDIOS-TIMADORES

Bien, no nos resultó, pero todo esto nos entregó una nueva contradicción, que se suma a los trajes inspirados en las películas de vaqueros, las alusiones a Dios y el hablar feminizante, entre otras. Ahora también vemos a sujetos que a cada segundo de su programa dicen tener fines altruistas, ser buenos, pero que son capaces de hacer encerronas, amenazar y tener actitudes gangsteriles con quienes desean saber de ellos; tipos que temen de quienes duden de la veracidad de su cuento, que para cualquiera con un escepticismo mínimo resulta verdaderamente inverosímil e insostenible. Ya fuera de la maloja no tenemos dudas: los indios de la Comunidad Indígena Amazónica no sólo son chantas, además son delincuentes.
Quisimos que nuestro reporteo pasara a una fase dos. Planificamos nuevas visitas y solicitar una entrevista con el indio Ni Jarpa. Luego vino la emisión del reportaje que preparó Contacto y decidimos dar el nuestro por muerto. Ellos determinaron que tanto Ni Jarpa como Saracay no vienen de Venezuela, como dicen, sino que son colombianos, y que el verdadero nombre del primero es Arturo Neira Zamudio. La india Sol Mar, en tanto, es chilena y se llama Patricia González, la misma que pone su nombre para las boletas. A nombre de ella hay una costosa casa del sector oriente de la capital, mientras los “indios” se mueven en lujosos vehículos. Todos están asociados con otros falsos curanderos.
En el programa constataron también que ésta es una comunidad de estafadores, que embaucan a sus víctimas para cobrarles cifras que, en ocasiones, han llegado a millones de pesos, que los clientes pagan no tanto por el servicio prestado (por lo general, ridículos tratamientos), sino más bien por temor.
¿Por qué, entonces, contar esta historia trunca, añeja? Por que la Comunidad Indígena Amazónica sigue funcionando, y sus falsos indios continúan recibiendo a incautos y desesperados “hermanos civilizados” que llegan hasta ese lugar buscando una última salida a los problemas que los ahogan, sin saber que de allí saldrán, además de con el problema intacto, con un hoyo en el bolsillo, con la angustia de ser presionados por verdaderos gángsteres y con la vergüenza de haber confiado en personajes tan indignos de ello.
Mientras, los teléfonos siguen sonando en “la cachubaca”: “Madre mía, regáleme fecha la nacimienta… Uy, Dios mío, Virgen santísima. En esta fecha la nacimienta, hermana mía, le soy sincero y honesto, veo flecha atravesada en su corazón. Veo un fracaso en el amor que tú haber tenido… Le voy a ser sincero y honesto, no le conviene acercarse con este hombre… Había personas que, le soy sincero y honesto, no los quisieron ver juntos. ¿Usted lo sabía? ¿No lo sabía? Bueno, ahora lo sabe. Usted me va a tener que venir a visitare, tráigame la jetografía de él, yo le voy a decir qué vamos a hacer. Miraflores 459, entre Merced y Monjitas”.