domingo, diciembre 05, 2004

LAS PEQUEÑAS AMBICIONES QUE NOS DEJARON AQUELLOS AÑOS FRANCESES / x Bautista Martínez

Las últimas décadas del siglo XIX en Chile tuvieron en Francia no sólo a su modelo institucional, sino también a un patrón cultural, cuya influencia se manifestó en los más mínimos detalles de buena parte de una sociedad que importó sin filtro hábitos y costumbres que, según Francisco Javier González, doctor en historia de la Universidad de París I y autor de una rigurosa investigación denominada “Aquellos Años Franceses”, resurgen con similares características en nuestros tiempos.

¿Habría paseado el "Dandy chileno" por el Parque Cousiño?

Quiso Chile tener su bella época, calcada a imagen y semejanza de lo que fue la cultura francesa del último tercio del siglo XIX. Vivir, vestir, hablar, y hasta caminar como se hacía en París, fue una obsesión que caló tan hondo en la esfera ilustrada y aristocrática chilena, que se terminó por importar un modelo de sociedad que hasta hoy día asoma destellos en nuestra idiosincrasia.

La admiración por lo francés en algunos sectores de la sociedad chilena de finales del siglo XIX llevó a muchos chilenos a desmarcarse de lo propio, para adoptar conductas foráneas en pos de proyectar una imagen supuestamente glamorosa y refinada. El académico Francisco Javier González, autor del libro “Aquellos años franceses”, reconoce tintes esnobistas en esta fascinación. González cuenta, por ejemplo, que en las memorias del pintor Ramón Subercaseaux se describe cómo en Santiago todo el mundo quería decorar su casa con ornamentación francesa, y que para ello muchas veces se compraban burdas imitaciones fabricadas en serie en Marsella. “Sin embargo, en Chile el buen tono hacía necesario hacerlas pasar como verdaderas. En el fondo todos sabían que no lo eran, pero valía la pena aparentar”, dice.

Todo lo que tuviera perfume a francés era bienvenido, independiente de cómo y dónde se usara. González cuenta que era común ver mujeres que se paseaban con aires parisinos en los paseos de la Alameda o el Parque Cousiño, con vestimentas no siempre acordes con los dictados de la moda francesa. Claro, las comunicaciones no eran como ahora, y si llegaba una postal o revista de Francia con imágenes de damas de la alta sociedad gala vestidas con trajes propios de la aristocracia, usados para alguna ceremonia estelar, poco importaba acá en Chile, donde se utilizaban esos pomposos ropajes simplemente para deambular por las calles. La consigna era imitar.

Del Dandy del club al Dandy del flash

Pero, para el historiador, ese aire de esnobismo se ve reflejado cotidianamente también en nuestros tiempos. “Hay, en muchos, un afán de figuración, de estar en todas las fotos de la vida social, en todas las inauguraciones y en cuanto asunto relacionado con algo cultural.” En su libro, que por lo demás aborda otras muchas instancias más estructurales en las que la cultura francesa influyó en Chile, González describe a un personaje, el dandy, que existió en Chile a finales del siglo XIX y principios del XX, y que era –según el autor–, en su acepción más popular, el típico jovencito “hijo de su papá”, extremadamente elegante y refinado, que vive para pasarlo bien, superficial, con una cultura de barniz, derrochador, y que se mostraba con aires de europeo en espacios públicos y privados. “No fueron muchos –dice–, pero se hicieron notar y se transformaron en el hazmerreír de la sociedad santiaguina”.

Según González, existe hoy un cierto retorno de este dandy, y argumenta que “aunque ha evolucionado, conserva características similares. En la actualidad siguen teniendo esa fuerte atracción por la figuración, pero ahora lo hacen buscando las cámaras, el flash, la grabadora, en fin, el espectáculo. Creo que estos personajes existen en algunos círculos sociales y en la llamada farándula, que en realidad no es más que otro mundo de apariencias en que actúan unos personajes que cultivan el mal gusto. Quizás no conocen otro”, asegura.

El autor de “Aquellos años franceses” también reconoce otro fenómeno eminentemente esnobista que aparece en la sociedad chilena contemporánea, y que también responde a una necesidad de aparentar una atmósfera supuestamente refinada. González distingue una cierta pretensión en la creciente fascinación por el buen vino o las comidas exóticas. Comenta que “al chileno siempre le ha gustado el vino y es lógico que le guste más el que es mejor. Ahora bien, es verdad que hay algo de moda en esto de las catas. Muchos se dicen expertos y empiezan a encontrar en los vinos cualidades que ni siquiera conoce el mejor enólogo de Bordeaux. No les importa la comida, el café o el vino, lo que les atrae es sentirse parte de un supuesto mundo elegante, exclusivo o alternativo”.

Más allá de lo singular que pueda resultar la importación sin filtro de hábitos estéticos u ornamentales que hubo en Chile, y que hasta hoy, de algún modo, se manifiestan en nuestra sociedad a partir de modelos no necesariamente franceses, Francisco Javier González advierte una falta de identidad preocupante: “Quizás estamos proyectando pura publicidad, un país de folleto turístico, un país de documental. Nos hemos estado mimetizando demasiado con un mundo que, siendo muy bueno, tiene un solo defecto: no es el nuestro”.